Septiembre se despidió con un balance complejo. Porque las expectativas sobre lo que viene siguen desalineadas, y el reflejo inevitable de esa sensación es la que atraviesa al mercado cambiario. Recalentado por los temores al día después de las elecciones, el dólar subió en todos los segmentos (desde los libres a los semicontrolados). El oficialismo sigue mostrando que está dispuesto a hacer lo que sea necesario para instalar a Sergio Massa en el ballottage, como lo demostró el Senado el jueves. El equipo económico insiste en remarcar que la inflación se desaceleró, pero la película que ve la sociedad es la peor versión de ese relato: un índice de pobreza superior al 40%, y el dato desesperanzador de que 56% de los menores de 14 años ya revisten esa condición. La política no trajo mucho oxígeno en la semana: el debate de los candidatos a jefe de gobierno porteño resonó más por lo agresivo de algunas de sus intervenciones, que por la originalidad de sus propuestas. La mirada está puesta ahora en lo que suceda mañana, cuando se crucen los presidenciables en Santiago del Estero. Las apuestas van en el mismo sentido: ¿quién tropezará primero?
Nadie parece sentirse demasiado tranquilo con las perspectivas que entregan las encuestas, sobre todo porque las respuestas demuestran que los tercios están más firmes que nunca y todas las alquimias resultan posibles. Cada postulante se siente en la segunda vuelta, y a su vez todos creen que se impondrán a cualquiera de los rivales, sin importar quien les toque.
El semáforo de esta semana está más intermitente que nunca. Señal de que no hay que abandonar la cautela.
El Cronista