viernes, marzo 29, 2024
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LA MONCLOA DONDE TODOS GANAN: UNA ALQUIMIA IMPOSIBLE

Los cortes de luz fueron otra cuestión cardinal entre los determinantes de la política y la economía argentina. Inevitables en el marco de una ola de calor de dimensiones históricas, se destacó la diferencia de prestaciones entre Edesur y Edenor. Los usuarios de la primera estuvieron sujetos a cortes muchísimo más extendidos territorialmente y prolongados en el tiempo que los de la segunda. Las deficiencias -que ya venían siendo señaladas hace tiempo por intendentes del sur del conurbano que habían pedido por la estatización del servicio- se agudizaron en los últimos días.

La intervención decretada por el plazo de 180 días supone un intento del gobierno de, por una parte, recuperar algo de iniciativa política en un tema que obligó incluso a Horacio Rodríguez Larreta e intendentes del PRO a tomar posiciones de dureza en sus pronunciamientos respecto de la empresa; y, por la otra, identificar irregularidades administrativas y eventualmente penales en el funcionamiento de una compañía cuya controlante italiana, ENEL, anunció su intención de deshacerse de sus activos argentinos en el marco de un proceso de desinversión y desendeudamiento global, que la llevó a salir de varios lugares de América del Sur e incluso de la Unión Europea.

La intervención tendrá carácter administrativo y no operativo, como la de YPF, por lo que el Estado no tomará el control del servicio sino que se limitará a un monitoreo más estricto de la prestación y las cuentas de la empresa. Una hipótesis posible es que la búsqueda sea presionar para acelerar la venta de las acciones de la compañía. En el gobierno ven en la última crisis no sólo problemas de gestión arrastrados desde antes de 2001 sino argumentos para obligar a una intervención estatal que dé fundamento a un proceso en tribunales internacionales. La designación de Jorge Ferraresi como interventor supone una apuesta por la impugnación política de la gestión del servicio. Si bien desde el gobierno descuentan que la compañía irá al CIADI a reclamar contra el Estado argentino ni bien se concrete su salida del país, consideran que la decisión de índole administrativa, lejos de empeorar la situación, podría permitir conocer más acerca de los incumplimientos de obligaciones de la parte empresaria.

ENEL adquirió Edesur en 2008 luego de un takeover global de Endesa ya con las tarifas pesificadas y casi congeladas. Con todo, es muy poco lo que el gobierno podrá hacer en el corto plazo con una empresa cuya necesidad de inversión -al margen de las responsabilidades del Estado y la prestadora- se calcula en varios cientos de millones de dólares, por fuera de poner en primer plano los manejos más oscuros de una compañía que se presenta sólo como una víctima de la reducción real sostenida del costo de las tarifas domiciliarias -que fue política oficial de los últimos gobiernos peronistas- y no garantizó estándares razonables a sus usuarios ni dio explicaciones sobre su relativamente baja inversión incluso en los períodos de recomposición tarifaria durante el macrismo.

No es la única dificultad que enfrenta esta administración. Tras las experiencias de 2011, 2015 y 2019 se ha convertido casi en un cliché la idea de que el año electoral supone, por sí mismo, una fuente de presión adicional sobre los dólares que necesita para funcionar la economía argentina. Ayer, para no ir demasiado lejos, el Banco Central vendió 261 millones de reservas. Más allá de las razones puntuales de ese movimiento, es significativa la dificultad para generar posiciones compradoras. De no cambiar la situación en los próximos días, el margen para evitar una devaluación en un año electoral y con la inflación oscilando entre el 6 y 7 por ciento se volvería cada vez más acotado.

El agravamiento de la sequía supondría, de este modo, una presión adicional a aquellas que parecen jugarse en estos días. El informe de perspectivas globales agropecuarias del Departamento de Agricultura del gobierno estadounidense muestra la gravedad de la situación. Para el ente, las caídas en la producción de soja y maíz serían del 19 y 25 por ciento en relación al último año -una situación que, fuera de la producción rusa y ucraniana, afectadas por la guerra, sería única a nuestro país. Las proyecciones sobre la economía empiezan a converger en números concretos. La caída del PIB en 2023 tendría un piso del 3,5 por ciento, que cualquier complicación adicional podría extender hasta el 4,5. La contracción en 2018, cuando el gobierno anterior decidió acudir al Fondo Monetario Internacional tras la implosión de su esquema de endeudamiento y condenó su reelección, fue del 2,6 por ciento. En 2019, cuando Macri recibió una paliza electoral histórica que lo convirtió en el primer presidente en toda la historia de Sudamérica en intentar reelegir y fracasar -su amigo Jair Bolsonaro, el segundo-, ese número fue del 2,2 por ciento. El escenario pesimista para la economía argentina supondría una caída acumulada que casi empardaría la suma de los dos peores años macristas.

Acaso sea una involuntaria buena noticia la desconexión del país de los circuitos financieros internacionales. La situación iniciada por la caída del Silicon Valley Bank se agravó y esparció a nivel internacional a otras instituciones financieras que arrastraban problemas serios, como Credit Suisse, importante banco suizo cuya posición sería rescatada por su principal competidor helvético, UBS. El riesgo es que una crisis que no parece justificarse en la salud de las instituciones financieras termine por convertirse en una profecía autocumplida. Las corridas son fenómenos psicológicos más allá de sus fundamentos reales. Los principales bancos centrales del mundo funcionan a esta hora con todo el herramental destinado a enfrentar escenarios imprevistos y potencialmente dañinos. La FED, junto al Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y sus pares suizo, canadiense y japonés, activaron el mecanismo de swaps de monedas nacionales para garantizar al sistema la liquidez y disponibilidad de dólares estadounidenses, mientras se mantienen los interrogantes sobre el recorrido de las tasas de interés internacionales. Parte del problema de las instituciones bancarias tiene que ver con un cambio dramático de las condiciones económico financieras.

Tras cuarenta años de inflación en caída y casi una década y media de condiciones monetarias fuertemente expansivas, el regreso de la inflación tras la pandemia obligó a una suba sostenida de las tasas de interés. El camino hacia adelante es incierto. Mientras el exsecretario del Tesoro norteamericano, Lawrence Summers, elogió en una conferencia reciente la intransigencia de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, por mantener las subas de tasas previstas, el Nobel de Economía Paul Krugman sugirió a la Reserva Federal saltarse la próxima suba de tasas hasta saber exactamente la profundidad de la crisis.

La recesión económica se suma a la geopolítica. El líder chino Xi Jinping visitó Moscú por primera vez desde el comienzo de la invasión de Ucrania, en un viaje que reafirmó la sociedad sino-rusa que, un mes antes de la guerra, se había definido en una declaración conjunta como “una amistad que no reconoce límites”. A Xi y Putin los une más el espanto. Ambos enfrentan sanciones económicas estadounidenses -diferentes no sólo en magnitud sino en sus causas, su particular legitimidad y sus consecuencias para la economía de cada país- y un contexto internacional que perciben marcado por la hostilidad occidental y el ascenso de nuevos actores que hacen de occidente menos relevante a la hora de definir políticas.

Hasta allí sin embargo llegan las consecuencias. A pesar de las acusaciones del gobierno estadounidense, China evitó condenar de ninguna manera a Rusia, pero no ha dado apoyo a la invasión de Ucrania y se ha pronunciado por el respeto a su integridad territorial. El gigante asiático presentó un plan de paz con doce principios, que de acuerdo a los rumores extendidos y algunos trascendidos periodísticos, llevaría en breve a Xi a tener una conversación con Volodomir Zelesky, el líder ucraniano, aunque todavía no hay fecha cierta. El final del conflicto, de todos modos, aparece remoto y las chances de éxito de una mediación china serían casi nulas.

Mientras tanto, en nuestro país, los criterios de debate en el PRO -así como los aspectos vinculados a la dimensión humana- consolidan su polarización. A la casi certeza de los halcones del establishment de un triunfo de Patricia Bullrich en una eventual PASO con Horacio Rodríguez Larreta, en el entorno del jefe de Gobierno responden con números a nivel nacional donde la titular del partido no tendría relevancia. Sugieren que “hay una mayoría silenciosa que no quiere grieta” -así se explica el spot del faro- y aseguran que el rígido que presuntamente volcaría la decisión a favor de Bullrich está sobrerrepresentado en las redes sociales y los canales de noticias.

Aún así, Bullrich continúa con su construcción. Corrido Gerardo Milman por satisfacer sus placeres privados con dineros públicos, el lugar de articulación política lo tomó definitivamente una tríada que le dio resultados a Mauricio Macri y terminó bajo la contención política de la ex montonera: Emilio Monzó, Nicolás María Massot y Sebastián García de Luca. Con Monzó volcado al interior, De Luca concentrado en la Provincia de Buenos Aires y Massot de nexo con el sector privado, Bullrich toma un volumen político que, sorprendentemente, todavía no logró el jefe de Gobierno recostado en lo que Diego Santilli et al llama en privado “el gabinetito” por la falta de seniority de los ministros porteños.

El radicalismo, por su parte, espera activo. El acto del lanzamiento de Gerardo Morales tuvo dos episodios para destacar. Uno, evidente: el titular del partido sentó a Gustavo Valdés y Alfredo Cornejo que, a priori, no iban a la cuenta de la escuadra jujeña. Por el otro, las ausencias: Facundo Manes, Maximiliano Abad y Ernesto Sanz. Manes repite en privado que no se baja de la candidatura presidencial. En el entorno de Bullrich lo ven como un buen compañero de fórmula de la líder del PRO en caso que la necesidad sea buscar votos. ¿La otra figura en la que piensa Bullrich para acompañarla? El propio Sanz.

Es habitual escuchar, fundamentalmente en sectores de la derecha argentina -ya podemos llamarla así, descriptivamente, derecha, sin que nadie crea que es un juicio de valor como hace unos años en los que Bullrich decía que era de centro- que lo que nuestro país necesita es “una Moncloa”. Si Argentina multiplicado por cualquier cosa da Argentina, esta no sería la excepción. La propuesta de una Moncloa en la que todos ganan es una alquimia imposible. A continuación, un pasaje de Anatomía de un instante que recuerda a un comunista que aceptó derogar de su plataforma la lucha de clases, un militar que validó un gobierno civil y un franquista que eligió desmontar el dispositivo por dentro.

“En el fondo Milans tenía razón (como la tenían los ultraderechistas y los ultraizquierdistas de la época): en la España de los años setenta la palabra reconciliación era un eufemismo de la palabra traición, porque no había reconciliación sin traición o por lo menos sin que algunos traicionasen. Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo lo hicieron más que nadie, y por eso muchas veces se oyeron llamar traidores. En cierto modo lo fueron: traicionaron su lealtad a un error para construir su lealtad a un acierto; traicionaron a los suyos para no traicionarse a sí mismos; traicionaron el pasado para no traicionar el presente. A veces sólo se puede ser leal al presente traicionando el pasado. A veces la traición es más difícil que la lealtad. A veces la lealtad es una forma de coraje, pero otras veces es una forma de cobardía. A veces la lealtad es una forma de traición y la traición una forma de lealtad. Quizá no sabemos con exactitud lo que es la lealtad ni lo que es la traición. Tenemos una ética de la lealtad, pero no tenemos una ética de la traición. Necesitamos una ética de la traición. El héroe de la retirada es un héroe de la traición”.

La cita propone un desarrollo mucho mayor que el espacio que tiene esta entrega. La pregunta de si algo así es posible en Argentina se hace sola. En un encuentro semiprivado con empresarios hace exactamente un año, Macri -tal vez involuntariamente- dio una pista de cuál es uno de los principales obstáculos para ese gran acuerdo. “Todos ustedes me venían a decir: ‘Dale, Mauricio, así, para adelante, estamos con vos’, pero cuando llegábamos al descanso de mi oficina me preguntaban: ‘La mía está, ¿no?’”. La metáfora de Richard Nixon en China implicaría que sólo los dispositivos de poder de ambas coaliciones podrían iniciar una conversación donde vuelvan, al menos, a delimitarse los contornos. Uno de los principales operadores judiciales de Macri, consultado por #OffTheRecord, eligió la franqueza: “Si a Mauricio se le hubieran complicado las causas ese acuerdo era posible, ahora no lo veo”.

Hubo una muestra de esa intransigencia durante la última semana. El intelectual e historiador económico Pablo Gerchunoff publicó una nota en La Nación en la que caracteriza los años kirchneristas, las ideas y sus decisiones políticas y económicas. La nota tiene, a juicio de quien escribe, méritos e importantes puntos débiles sobre políticas como la estatización de las AFJP o de YPF -que merecerían un largo desarrollo por sí mismos y no serán objeto de esta columna. Basta decir que la caracterización de la economía kirchnerista a partir de 2007, sin embargo, es indudablemente dura en relación al crecimiento del peso del sector público, que llega a calificar de “locura”.

Sin embargo el artículo ofrece una racionalidad política para las decisiones sobre el gasto público, vinculadas a las enormes necesidades sociales que padecía la Argentina en 2007, aún tras cuatro años de recuperarse a tasas chinas. El enorme aumento del gasto social y en subsidios sería así un intento -equivocado en la visión de Gerchunoff- de recuperar indicadores sociales de una Argentina más socialmente armónica.

Curiosamente -o no-, las reacciones más duras a la publicación no provinieron del peronismo sino de la oposición. Y no se limitaron a la diputada Sabrina Ajmechet, decidida a competir con Fernando Iglesias en la vocería de la Cheka de Juntos para señalar y perseguir cualquier disidencia (N. del R.: las enormes limitaciones conceptuales o técnicas de algunos elementos logran ser suplidas con una verba inflamada. El kirchnerismo tiene uno de estos ejemplares de oratoria pendenciera en una de sus compañías público-privadas que será motivo de desarrollo en entregas posteriores).

Desde el ala “técnica”, los economistas Luciano Laspina y Daiana Fernández Molero también impugnaron que Gerchunoff no atribuyó al kirchnerismo intenciones diabólicas. La acusación de “romantizar el populismo” fue acompañada de conceptos como “kirchnerismo nunca más”, en la cita textual del diputado y economista. Ni Laspina ni Fernández Molero tienen diferencias significativas en el diagnóstico económico de Gerchunoff. Sí, en cambio, en relación con el oponente. Mientras la democracia liberal requiere adversarios con los que debatir diferencias y saldarlas en las urnas, hay una clara intención de constituir al kirchnerismo en enemigo, que rima con la justificación de persecuciones y las violaciones de las garantías constitucionales como las que sufrió la vicepresidenta durante el mandato anterior. En la mirada de que el kirchnerismo no es un actor legítimo del sistema democrático, el mero disenso, sin importar su dureza, es insuficiente y hasta indeseable.

Es interesante: aún con procesos claramente viciados, los dirigentes procesados y encarcelados en la gestión Macri se ajustaron a derecho. El arquitecto judicial de la administración Cambiemos y amigo personal del supremo Carlos Rosenkrantz continúa prófugo en Uruguay, decisión que tomó frente a un llamado a indagatoria. Curiosidades de la República.

Iván Schargrodsky – Cenital

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