¿Dónde se posicionaría cada candidato/a? Para eso, deberíamos ver dónde se ubica cada una de las distintas corrientes de la teoría económica, de modo de utilizar eso como referencia. Arranquemos por el liberalismo, dado que, como veremos a continuación, presenta diferentes variantes y eso nos va a servir para entender mejor cómo posicionarlos en el diagrama anterior. El liberalismo clásico fue el paradigma dominante desde mediados del SXVIII hasta principios del SXX. Sus principales exponentes fueron John Locke en la esfera política y Adam Smith y David Ricardo en el área económica. El lema laissez-faire (dejar hacer) resumió sus ideas: prácticamente nula intervención estatal (salvo para cuestiones vinculadas a la seguridad y la defensa de los derechos individuales) y la defensa del mercado como el mecanismo adecuado para crear la riqueza y distribuirla de una manera equitativa (según el aporte individual que cada persona hace a la economía). No obstante, tanto Adam Smith como David Ricardo (en mayor medida), dedicaron buena parte de sus trabajos a estudiar los determinantes por detrás de la distribución de los ingresos entre la clase trabajadora y la empresarial, y cómo ésta afectaba al crecimiento. A fines del SXIX, dentro del liberalismo ganó preponderancia el darwinismo social, impulsado por Herbert Spencer. Lo que hace este autor es tomar la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin y adaptarla a las ciencias sociales. Para él, la competencia entre las personas genera ganadores y perdedores, siendo estos últimos los menos aptos en términos de capacidades y mérito. Siguiendo la lógica darwinista, la intervención estatal no solo no sería recomendable, sino que sería contraproducente. Un aspecto importante de esta teoría es que modifica uno de los axiomas económicos fundamentales del liberalismo clásico. Tanto para Smith como para Ricardo, el motor del crecimiento era la especialización, ahora desplazada por la competencia. Esto será clave para entender las ramificaciones posteriores. Frente a estas ideas, y con una economía global atravesada por recurrentes crisis y condiciones de vida cada vez más deterioradas para la clase trabajadora, emergió el socialismo, cuya crítica principal apuntaba a la elevada pobreza e inequidad que generaba el capitalismo, proponiendo como premisa fundamental la socialización de los medios de producción. Su variante más radical, el comunismo, estaba caracterizada por la planificación estatal en reemplazo del mercado como mecanismo para asignar los recursos y además por la abolición de las clases sociales por medio de la redistribución de los recursos. Por otro lado, el socialismo de mercado sostiene que este mecanismo es el apropiado para asignar los recursos, pero le otorga al Estado un fuerte rol interventor para asegurar la correcta distribución de los ingresos. También por la misma época (específicamente en respuesta a la crisis económica de 1930), surgió el keynesianismo, que si bien compartía con el socialismo la crítica hacia las ideas liberales, creía que el capitalismo era el mejor sistema económico (solo que el Estado tenía que tener un rol mucho más activo en materia económica, en particular en las crisis, siendo el único con la capacidad de contrarrestarlas). El ascenso de gobiernos totalitarios y/o comunistas, sumado al estallido de la Segunda Guerra Mundial, hicieron que el liberalismo se replanteara sus premisas. Esto se materializó en el Coloquio Walter Lippmann, donde se reunieron los principales intelectuales del liberalismo, entre los que se destacaban el propio Lippmann, Friedrich Hayek, Ludwig von Mises, Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow y Louis Rougier. Si bien todos reconocieron el fracaso de las políticas vinculadas al liberalismo clásico, se observó una clara división en cuanto al rol del Estado, que llevaría a la creación de tres corrientes distintas: el ordoliberalismo, el neoliberalismo y el libertarismo. El rasgo en común entre el ordoliberalismo y el neoliberalismo fue reconocer el rol estatal. Tanto la propiedad como los contratos en general son instrumentos jurídicos, leyes creadas por el Estado. Por lo tanto, estas dos corrientes van a coincidir en que el Estado debe tener un rol muy activo, fundamentalmente para crear las condiciones necesarias (a través de leyes y/o regulaciones) para fomentar la competencia de los mercados. Así, su tarea consiste en remover todos los obstáculos que puedan afectar al libre funcionamiento de los mercados, por ejemplo, con leyes antimonopolio o regulaciones hacia los sindicatos. La diferencia es que el ordoliberalismo además va a recomendar la asistencia estatal para asegurar que la distribución de ingresos que resulta del libre mercado no sea muy inequitativa. Por el contrario, el libertarismo, comandado por Hayek y Von Mises, va a sostener que la interferencia del Estado va a terminar siendo contraproducente dado que no permite la correcta transmisión de la información que proveen los precios de mercado. Para estos autores, los precios orientan los proyectos individuales en el tiempo y permiten coordinar sus acciones. La manipulación de los precios o de la moneda perturba sobre todo el conocimiento de los deseos de los consumidores e impide a las empresas responder a ellos de un modo conveniente. Es más, esto se retroalimenta en el tiempo. Cuánto más interviene el Estado, más trastornos provoca, lo que lleva a una mayor intervención, y así sucesivamente. Si avanzamos en el tiempo y llegamos a la actualidad, nos encontramos con la socialdemocracia, muy presente en Europa. La concepción de la sociedad y de los individuos en la que se apoya este enfoque comparte las premisas del (neo)liberalismo, en el sentido de que sostiene que el objetivo del Estado es el de “ayudar a los individuos a ayudarse a sí mismos”. Esto se traduce en un discurso que se apoya en las categorías propias del esquema del vínculo social considerado como competencia: el capital humano, la igualdad de oportunidades, la responsabilidad individual, etc. Por último, en la actualidad tenemos también al ambientalismo. Este enfoque descree de la capacidad del Estado para controlar y regular correctamente a las empresas en lo que respecta al impacto ambiental, lo que lo lleva -en su versión más extrema- a proponer el cese de la producción como manera de frenar el impacto ambiental. Así, los distintos enfoques anteriores quedarían ubicados de la siguiente manera: |