domingo, abril 28, 2024
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EL REINO DEL REVÉS

En los últimos días, el ministro de Economía y candidato a presidente lanzó una serie de medidas apuntadas a morigerar el impacto que tuvo la devaluación del 22% aplicada el día posterior a las PASO, la cual aceleró la inflación de manera abrupta (12,4% mensual en agosto y se espera un guarismo similar para septiembre). Hay una en particular sobre la cual me parece importante profundizar, dado que es la que generó más polémica: La drástica reducción del impuesto a las ganancias para la cuarta categoría (el trabajo asalariado y las jubilaciones).

Si bien existe un consenso prácticamente absoluto entre economistas de que dicha medida no es correcta (más que nada por su potente efecto distributivo), no se observa el mismo nivel de rechazo en el resto de la población (no solo entre los beneficiados, sino a nivel general). Yo creo que esto se debe, en gran medida, a la incapacidad de nuestra disciplina para explicar el funcionamiento de este impuesto. Así que vamos a dedicarle este newsletter, a ver si podemos lograrlo.

¿Cómo funciona el impuesto a las ganancias?

Básicamente el cálculo que hay que hacer es tomar el salario bruto, a eso descontarle los aportes, contribuciones, obra social y algunas deducciones específicas de este tributo (como, por ejemplo, los gastos en salud, las primas de los seguros y el alquiler, entre otros) y así se llega a la ganancia neta. A este concepto se le resta el mínimo no imponible y finalmente se obtiene el excedente sobre el cual se va a tributar. Sobre el mismo se aplican escalas con alícuotas crecientes, es decir que a medida que aumenta dicho excedente se cobra un porcentaje mayor, que arranca en 5% y termina en el 35%.

La centralidad que tiene el famoso “mínimo no imponible” es porque, en definitiva, es el que define cuál es el salario (bruto) por debajo del cual no se paga el impuesto a las ganancias. Hasta ahora dicho mínimo era de $700.000, lo que hacía que lo pagaran casi 702.000 trabajadores, y la nueva medida lo que hace es incrementarlo significativamente hasta $1.770.000, donde solo van a tributar 90.000 personas.

A partir de lo anterior, debería quedar en claro que el argumento tan escuchado de que “el salario no es ganancia” carece de todo sentido y se basa exclusivamente en una cuestión semántica (el nombre erróneo del tributo). Es un impuesto a los altos ingresos, como se lo conoce en todos los países del mundo, y por lo tanto deberían pagarlo todas las personas cuyos ingresos sean elevados (más adelante veremos cómo se lleva a cabo esta consideración), no importa si provienen de un trabajo en relación de dependencia, de la ganancia obtenida por una empresa o de la actividad de una persona por cuenta propia. Precisamente, el impuesto es pagado por las empresas y por los autónomos (con alícuotas similares o incluso mayores).

Todo es relativo

La manera de evaluar -y de dimensionar- este tipo de medidas siempre es en términos de algo. ¿Es mucho o poco un sueldo neto de $580.000 (correspondiente a $700.000 brutos) a partir del cual se pagaba ganancias? Evidentemente el número absoluto no nos dice nada, por eso tenemos que compararlo contra algo.

La primera respuesta -que es la más escuchada por quienes están a favor de la medida- es que ese ingreso hoy apenas alcanza para vivir “bien” (alquiler, auto, educación de hijos/as, vacaciones en la costa, etc.). Tienen un punto. Como referencia, la canasta básica total para una familia de 4 personas en agosto fue de $285.000 (esta canasta refleja los bienes y servicios tales como vestimenta, transporte, educación, salud, vivienda, etc. que se necesita para ubicarse por encima de la línea de la pobreza).

No obstante, ese argumento no es correcto para determinar si dicho salario corresponde o no a una persona de altos ingresos, porque para saberlo hay que comparar contra el resto de los ingresos de la población. Y acá aparece la principal dificultad que tienen las personas para evaluar el impuesto a las ganancias: no tienen dimensión de lo bajos que son en la actualidad los ingresos del resto. Lamentablemente, hoy una persona que gana $580.000 netos se ubica entre las personas de mayores ingresos del país.

Quizás les resulte sorprendente. Pero piensen que en la actualidad alrededor del 40% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza. Según el INDEC, el salario promedio de los trabajadores que pertenecen al sector informal se ubica en unos $115.000 (actualizado por inflación hasta septiembre), en línea con el salario mínimo vital y móvil (de $118.000), mientras que el salario promedio neto de un trabajador registrado del sector privado asciende a $367.000. Todos estos ingresos se encuentran muy por debajo del mínimo no imponible.

En el cuadro debajo tienen la distribución de los ingresos de Argentina según cada uno de los deciles (que representan 10% de la población). Fíjense que una persona que pagaba el impuesto a las ganancias -antes de la nueva medida- se ubicaba en el decil 10, es decir, pertenecía al 10% de los ingresos más altos del país.

 
De todos modos, es importante advertir que casi con seguridad los ingresos más altos se encuentran subestimados. Esto se explica porque los datos provienen de encuestas, donde es muy probable que las personas de mayores ingresos no declaren todo lo que ganan -sobre todo empresarios y autonómos, para los trabajadores registrados es más difícil, precisamente por estar registrados-. Al tener en cuenta esto, el ingreso promedio de cada decil se vería incrementado (con lo cual, un salario neto de $580.000 podría llegar a bajar al decil 9, pero seguiría estando entre el 20% de los ingresos más elevados).Una medida regresivaPor lo expuesto anteriormente, estamos en condiciones de afirmar que la medida es sumamente regresiva, lo que significa que va a provocar un incremento significativo de la desigualdad en la distribución de los ingresos. Básicamente, lo que hace el fuerte aumento del mínimo no imponible es que unas 800.000 personas ubicadas entre los estratos más altos de la población pasen a ganar en promedio alrededor de $200.000 más (para los ingresos más elevados la mejora es superior a los $400.000), lo que implica -por definición- un incremento en la brecha entre los que más ganan y el resto.
También se lo puede poner en perspectiva al comparar con los beneficios anunciados para el resto de los trabajadores, que en todos los casos fueron bastante menores (hasta $18.000 por la devolución del IVA, $60.000 de aumento por suma fija, bono de $37.000 para los jubilados, de $25.000 para el empleo doméstico y de $20.000 para los planes Potenciar Trabajo).
Por último, la comparación internacional también nos ayuda a poner la medida en perspectiva. Como muestra el especialista en estos temas, Julián Folgar, al comparar con el resto de los países de la región y los más desarrollados, Argentina ya era de los que menos recauda con este impuesto, incluso antes de la medida. Ahora prácticamente se eliminó el impuesto (como referencia, solo 4 países en todo el mundo no lo cobran: Arabia Saudita, Omán, Qatar y los Emiratos Árabes).
Todo lo anterior no quita que había cuestiones del impuesto a las ganancias de la cuarta categoría que había que revisar. En primer lugar, como las escalas se ajustan 1 vez al -principio del- año por la variación del RIPTE (salario promedio del sector registrado), habían quedado totalmente desfasadas, lo que llevaba a que los trabajadores que pagan el impuesto rápidamente pasen a tributar con la alícuota máxima. Por ejemplo, un trabajador que ganaba $750.000 brutos pagaba $44.777 (el 6% del sueldo) y otro que ganaba $850.000 pagaba $130.816 (el 15,4% del sueldo), haciendo que los salarios netos fueran prácticamente idénticos.
En segundo lugar, los monotributistas (independientes) de facturación similar pagan muchísimo menos. Por ejemplo, para una facturación de $575.000 (que se corresponde con el caso del sueldo bruto de $850.000) paga $20.500 de impuesto y $10.900 de aportes y de obra social. El escenario es aún más inequitativo para las personas que tienen un trabajo en relación de dependencia -con un salario que no llega a pagar ganancias- complementado con trabajos facturados como monotributista.
Ahora bien, todo lo anterior son cuestiones para modificar, de modo de asegurar que dos personas que ganan lo mismo tributen lo mismo. Pero no pueden ser utilizados como argumentos para sostener que había que -prácticamente- eliminar el impuesto a las ganancias para la cuarta categoría. En lugar de nivelar para arriba, nivelamos para abajo.
“Bueno pero esos trabajadores nunca reciben ningún tipo de beneficio”. Es cierto, pero independientemente del hecho de que es debatible que haya que dárselos, se podría haber bajado cualquier otro impuesto, obteniendo la misma mejora del poder de compra pero sin su impacto regresivo. En realidad, lo mejor que se puede hacer para mejorar el ingreso de este sector (y de todos los trabajadores) es bajar la inflación. La reducción del impuesto a las ganancias -que además de ser regresiva conlleva un incremento importante del déficit fiscal, en momentos donde las fuentes de financiamiento escasean- no es la manera adecuada.
 
Bonus track
Mañana a las 18 hs la UCEMA organizó la charla “¿Cómo frenar la inflación en Argentina? donde el destacado economista Carlos Vegh (especialista en planes de estabilización), repasará los distintos programas que se aplicaron en la región para combatir los aumentos de precios. Se inscriben acá.
El podcast de esta semana es “Aramburu”, donde María O’Donnell narra el crimen político que dividió al país, adaptado a partir de su libro publicado en 2020. Lo pueden escuchar acá.


Juan Manuel Telechea | Cenital

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