jueves, marzo 28, 2024
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EL DATO DE INFLACIÓN ACELERA LAS DEFINICIONES EN EL GOBIERNO

Las últimas 96 horas estuvieron atravesadas por un ritmo frenético de versiones. Según pudo averiguar #OffTheRecord, Alberto Fernández tiene decidido un cambio de gabinete después de Semana Santa, pero no definió, aún, a qué nivel. “Si entrega a Guzmán no tiene más gobierno”, sintetiza un estrecho colaborador del Presidente ante este medio que además asegura que en el recambio entrará el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti. La relación entre Feletti y el dispositivo albertista se resintió luego de sus declaraciones sobre la responsabilidad del ministro shaolin con quien luego mantuvo una conversación y volvió a hablar anoche después del reportaje del titular de Economía en C5N.

Al igual que ocurrió cuando Fernández le declaró la guerra a la inflación, las versiones del alejamiento de Guzmán incentivan el comportamiento especulativo. La incertidumbre facilita las remarcaciones y expone una paradoja singular: las empresas usan de excusa la inestabilidad provocada por los rumores de alejamiento del ministro que son impulsadas por los sectores que critican al titular de Economía por no lograr contener los precios. Un peronista que bisagrea entre ambos mundos se permite un momento de reflexión sobre el diferendo entre Guzmán y CFK: “Es parecido a la pelea Néstor-Bergoglio en el sentido de que el sustrato filosófico político es difícil de encontrar: tienen los mismos enemigos, el país soñado de uno es muy parecido al de otro, el camino también, ¿qué pasa? ¿La diferencia es estratégica? ¿De posicionamiento? No alcanza para explicar esta experiencia fallida”. Son tiempos difíciles para los soñadores.

Una noticia llevó cierto aire al gobierno: el precio de los alimentos no se disparó a pesar de la guerra. Es más: en el Gran Buenos Aires el rubro bajó dos puntos y, en general, algunas décimas respecto a febrero. Según pudo averiguar #OffTheRecord, para los funcionarios del área esto ocurre “porqué aflojó la estacionalidad de las verduras, se desaceleró la suba en comercios de proximidad y el fideicomiso de fideos y harina de góndola y el fideicomiso de aceite contuvieron un poco los precios internacionales de trigo y girasol”. Sin muchas más herramientas que las ya tomadas para controlar la inflación -por escasez del menú o minoría en el Congreso-, al gobierno le queda el seteo de expectativas a través del mecanismo político-institucional.

A nivel internacional se percibe una tendencia que, tras más de una década de singularidad local del fenómeno, suele pasar desapercibida. Cuando se publique el índice de marzo la Argentina no estará sola entre los países donde la inflación mensual o interanual baten récords. Muy por el contrario, en los Estados Unidos, Alemania o Canadá deben remontarse veinte, treinta y hasta cuarenta años atrás para encontrar paralelos a la situación de precios internacionales. Un informe reciente del departamento de investigación de inversiones del Credit Suisse cree que la tendencia tiene que ver con modificaciones estructurales de largo plazo en el comercio y producción de bienes y supone una tendencia al crecimiento del valor de las commodities, una disminución del rol internacional del dólar y el euro como monedas de referencia y una pérdida de eficiencia en las cadenas de suministro. Si estuviera en lo cierto, la inflación no cederá aún ante modificaciones en las tasas de interés o la política de adquisición de activos por parte del Banco Central Europeo y la Reserva Federal.

Del otro lado, economistas del establishment progresista estadounidense como Lawrence Summers y Paul Krugman coinciden en identificar la inflación como resultado del impacto de los shocks productivos sobre la oferta -guerra en Ucrania, confinamientos en China, cambio en la demanda causada por la pandemia- sobre una economía sobrecalentada y recetan un aumento de tasas de interés y un retiro de estímulos monetarios como remedio idóneo para reducir la inflación, aun asumiendo inevitables resultados recesivos.

El componente importado del Índice de Precios al Consumidor que se publicará mañana no obsta, sin embargo, la importancia del aporte local. La alta inercia a la que nos acostumbramos crecientemente desde 2007, la pérdida de anclas a las que se recurrió casi abusivamente como el tipo de cambio y las tarifas y el recurso obligado al financiamiento monetario del tesoro, se suman al comportamiento de algunos sectores protegidos que tomaron ventaja de su posición. El rubro indumentaria encabezará nuevamente los aumentos. Los componentes de costos en el precio final, como alquileres e impuestos, a los que apelan los fabricantes, difícilmente oculten que se trata del sector en el que más crecieron los precios, un comportamiento que ha sido recurrente desde que el gobierno decidió protegerlos de las importaciones.

Los alineamientos regionales, por su parte, generaron también novedades la última semana, cuando Lula da Silva confirmó la fórmula presidencial que, de no mediar un cisne negro, disputará la presidencia de Brasil con Jair Bolsonaro en las elecciones de octubre. Lo acompañará su antiguo rival Geraldo Alckmin a quien derrotó en las comicios de 2006, que pasarían a la historia porque el entonces candidato centroderechista obtuvo menos votos en la segunda vuelta que en la primera. La decisión del ex Presidente, anunciada, tomó nueva relevancia tras conocerse los resultados de las últimas encuestas.

Si bien Lula mantiene una ventaja clara, todos los sondeos perciben una recuperación de la intención de voto de Bolsonaro y de la valoración de su gestión de gobierno. Las consideraciones positivas y regulares de su manejo de la pandemia superan a las negativas por primera vez desde 2020 a medida que la crisis va quedando atrás en la emergencia pero, también, en el ánimo social. En un interesante artículo publicado en Americas Quarterly, Brian Winter señala su experiencia tras regresar a Brasil y conversar con votantes indecisos y permeables. Bolsonaro tiene chances y puede construir sobre un electorado socialmente mucho más conservador que hace una década además de agitar exitosamente una vez más los estigmas que pesan sobre el Partido de los Trabajadores.

Hace apenas dos meses -con una ventaja abrumadora en los sondeos-, Lula contrarió a gran parte de su base política y desplegó una importante apuesta a tender puentes con algunas referencias partidarias de oposición a Bolsonaro que, en su momento, apoyaron el golpe contra Dilma Rousseff y su propio encarcelamiento. También solidificó los lazos con espacios que tuvieron una postura ambigua, como el Partido Socialista Brasileño, en vez de privilegiar las alianzas en la izquierda que hizo una generosa defensa de su libertad incluso tras haber roto con el PT durante sus años de gobierno.

El cálculo del ex Presidente se pone en valor ahora que Bolsonaro se recupera y el centro se convierte en un terreno de disputa con una derecha de agenda reaccionaria que, con distintas formas, se ha convertido en protagonista en gran parte de las polarizaciones occidentales. Por otro lado, la etapa económica, como en la Argentina, estará más marcada por la necesidad de retomar el crecimiento de un producto que se mantiene por debajo del nivel por habitante del 2011, que por la disputa por la distribución de excedentes. La apuesta de Lula es agregar valor al de su liderazgo carismático, en un Brasil muy distinto al que dejó en 2010. Un dilema que ha informado también las estrategias económicas de Gabriel Boric y Andrés Manuel López Obrador, muy pendientes de cuestiones como el déficit, la inflación y el ritmo de crecimiento del gasto público.

Mientras el principal líder de la izquierda y el progresismo continental imponía la moderación, el paso de Mauricio Macri por los Estados Unidos no dejó ningún encuentro con figuras relevantes de la administración de ese país. En cambio, priorizó fotografiarse junto con Donald Trump y mostrar sintonía con el ex mandatario. La tienen: ambos quisieron ir por la reelección y no lo consiguieron. A diferencia de sus predecesores en el cargo, el norteamericano no aceptó el rol de figura reverencial que la política en los Estados Unidos reserva a los presidentes que cumplen su mandato y se alejan de la coyuntura. Es, por el contrario, el principal referente de la oposición ultraderechista al gobierno que preside Joe Biden. Encarna en su país, además, a las fuerzas que rechazan la democracia y que disputarán, con la figura de Marine Le Pen, la segunda vuelta presidencial en Francia. Si del progresivo alineamiento de Macri con las ideas de Trump en la agenda policial, migratoria y en el discurso macartista durante su etapa en el gobierno se desprendían señales preocupantes, la fotografía con quien todavía está bloqueado en Twitter por haber convocado una insurrección contra los resultados de la última elección alinea al ex mandatario argentino con la peor de las agendas institucionales a nivel global, aquella que desconoce al rival político como un actor legítimo. Una concepción que acaso encuentre algún antecedente en el accionar de los servicios de inteligencia durante su gobierno.

El escenario internacional no condiciona solamente las orientaciones de grandes tendencias políticas. Preocupaciones mucho más acuciantes como la inflación tienen causas y soluciones afuera. Los acuerdos de provisión eléctrica y gasífera alcanzados la última semana buscan dar certidumbre a la provisión de gas al sector productivo y aliviar las cuentas externas. El acuerdo por suministro adicional de gas con el gobierno boliviano permitirá sumar volumen de gas adicional a los previstos a un precio más elevado que los contratados anteriormente, pero sensiblemente menor que el que se registra en los actuales precios de importación de gas natural licuado. El precio promedio que pagará la Argentina por el gas boliviano será de alrededor de 12 dólares el millón de BTU, que surge de promediar los 9.5 dólares aproximados de las obligaciones vigentes y los entre 14 y 18 dólares del gas adicional que se demande. De haber sido cubierto con importaciones de GNL, hubiera significado 18 barcos adicionales a un monto difícil de calcular. La provisión de electricidad desde Brasil y de nuestras propias represas podría aliviar algo más el esfuerzo fiscal e importador. De todos modos, para el Estado argentino, el gasto adicional en importaciones respecto del año pasado será, en un escenario muy optimista, de 3.000 millones de dólares que repercutirán en los esfuerzos necesarios en materia de subsidios.


Iván Schargrodsky | Cenital

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