sábado, abril 20, 2024
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EL 24 DE MARZO SIGUE HABLANDO

¿Qué nos dice el 24 de marzo en el 2023? ¿Tiene algo para decirnos? Ya pasaron 47 años de la jornada trágica en la que las fuerzas armadas decidieron interrumpir el orden constitucional para inaugurar siete años de un régimen de terror estatal de inédita maldad, incluso para un país y una región que durante el siglo veinte se habían acostumbrado a la violencia política. Los que eran adultos cuando se produjo el golpe hoy son ancianos o jubilados. Los que éramos niños cuando se produjo la transición a la democracia hoy estamos en lo que se suele llamar bondadosamente “mediana edad”, aunque, para ser sinceros, desde un criterio estadístico sería más correcto llamarlo “dos tercios de edad”. La generación nacida en los primeros años democracia ya tiene hijos e hijas que sólo conocen una Argentina regida por el autogobierno.

Un 24 de marzo que queda cada vez más lejano en el tiempo, ¿nos sigue hablando? Si es así, ¿qué nos dice? Ninguno de nosotros cree seriamente que sea posible un nuevo golpe de Estado o una interrupción del orden constitucional. ¿Eso significa que ya el 24 de marzo no tiene nada para decir?

¿Deberemos resignarnos a un 24 de marzo que se transforme inevitablemente en un artefacto de museo, solemne y estático?

No tengo las respuestas a estas preguntas, pero sí creo que se pueden poseer algunas intuiciones, o acaso apuestas para enfrentar la perspectiva hacia el futuro.

La primera es que el 24 de marzo sigue hablándonos, con una potencia que se ha transformado pero no ha disminuido. No nos dice lo mismo que en los últimos años de la dictadura, cuando las Madres, las Abuelas, la APDH, la Asociación de Familiares Desaparecidos, el CELS, algunos líderes judíos y luteranos, y algunos (pocos) sacerdotes católicos marchaban rodeados de soldados y de policías. Tampoco nos dice lo mismo que a principios de los ochenta, cuando éramos muchos los que marchábamos con una sensación mezclada de euforia de primavera alfonsinista y de miedo a que volviéramos para atrás. Mucho menos nos habla como lo hacía durante los años noventa, cuando las marchas del 24 de marzo tenían un aire tremendo de derrota y tristeza mezclada con determinación, entre los indultos de Carlos Menem y los escraches de HIJOS. Tampoco es comparable al cambio de aire que se vivió una vez que, gracias a decisiones políticas del gobierno de Néstor Kirchner y jurídicas de la Corte Suprema, se reanudaron los juicios a los genocidas.

Pero es evidente que el 24 de marzo sigue hablando, por una razón muy simple: hay gente a la que le molesta la movilización popular por el Día de la Memoria y preferiría que no existiera. No significa necesariamente que no condenen el golpe de Estado o que no aprecien la democracia, simplemente preferirían tal vez que los actos de recuerdo fuesen más recatados, eventos oficiales en algún salón o un teatro, con un par de discursos o tal vez un mensaje por redes sociales. El 24 de marzo está vivo, porque sólo lo vivo causa enojo.

Pero el 24 de marzo nos sigue interpelando de una manera más. Nos interpelan los rostros que seguimos viendo en las fotos de las personas detenidas desaparecidas, esas fotos tan fechadas en una época. No sólo porque los hechos que iniciaron el golpe no concluyeron en muchos aspectos: los juicios a los criminales continúan, los testigos siguen contando sus historias de violencia, resistencia, temor y sobrevivencia, los hijos e hijas siguen buscando, escribiendo, construyendo sus historias no sólo como “hijos de” sino como escritores, autores, dramaturgos, militantes, activistas. Cada año, todavía, nietos y nietas apropiados siguen apareciendo, y ellos y ellas también son adultos que están a cargo de sus propias historias.

No; nos habla, sobre todo, porque el proyecto de la Argentina democrática que la sociedad civil decidió perseguir en oposición total a todo lo representado en el 24 de marzo sigue incompleto. Presente, evocador, potente, casi al alcance de la mano, pero incompleto.

Falta mucho todavía para construir la Argentina que colectivamente, en un momento, decidimos soñar. Faltan libertades todavía, falta (mucho) bienestar para las mayorías, falta democratizar aún más el mundo de las familias, los cuidados, el trabajo. Falta seguir peleando contra la violencia, falta lograr que, en un país en donde disminuyen los homicidios, dejen de subir los femicidios. Falta resolver la pobreza de millones. Falta asegurarnos de que la violencia política vuelva a quedar dentro de lo impensable. Falta, incluso, continuar reconstruyendo los crímenes de la dictadura en su totalidad, castigando a los culpables y dando vida a tantas historias que faltan contar.

Pero, justamente, sabemos lo que falta porque el ideal, el mapa, lo construyó la sociedad en oposición a 1976. Lo construyó ella solita antes de que los políticos se dieran cuenta por donde venía la cosa, y luego eligió presidente en 1983 al candidato que se dio cuenta antes que los otros de dónde tenía que estar. El proyecto demócratico argentino ha sido empujado desde la base hacia arriba, y lo sigue siendo. La resistencia antiautoritaria y la resiliencia democrática no es algo que pueda apropiarse un partido o un espacio político, porque, en definitiva, el principal actor de estos procesos ha sido la sociedad y los organismos de derechos humanos, que en cada momento empujaron en una dirección, como lo hizo en Semana Santa del 87, o frente a las leyes de obediencia debida y punto final, frente a los indultos, o frente al fallo del 2×1.

Algo que tal vez no se comprende es que cada 24 de marzo implica algo más que el ejercicio de memoria (aunque es también eso, porque la memoria es siempre traer el presente desde el pasado), es más que pura representación: es la acción de un pueblo que se da a sí mismo el trabajo de volverlo al presente, de resignificarlo y de conectarlo, de proyectarlo hacia el futuro. Y también, por qué no, de disputar esas resignificaciones, de pelearse sobre sus sentidos, de manifestar diferencias. Sólo lo que está vivo tiene ambigüedades y provoca diferencias.

Entonces, en definitiva y para pasar en limpio, es necesario seguir marchando. No sólo por lo que pasó, sino por todo lo que queda por delante. No se trata solamente de “Nunca Más”, sino también de “Todavía Falta”.

María Esperanza Casullo – Cenital

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