El 17 de noviembre de 1972 amaneció tormentoso y frío. Un clima atípico para esa época del año en Buenos Aires. Sin embargo, el ánimo popular no se correspondía con ese clima: desde muy temprano en la madrugada, miles y miles de hombres y mujeres de todas las edades se dirigían al aeropuerto de Ezeiza. Había una mezcla explosiva de emociones en esa multitud creciente, aunque todas estaban sostenidas por la absoluta urgencia de llegar. Desde kilómetros antes, los retenes del Ejército dificultaban el camino. La dictadura quería impedir esa pueblada pero el precio de hacerlo por la fuerza era demasiado alto. Ese mismo año, en agosto, habían fusilado a los recapturados de un intento de fuga masiva de prisioneros políticos en la base Almirante Zar de Trelew. Posiblemente ambos sectores, tanto los que se dirgían al aeropuerto como los soldados y oficiales que intentaban impedirlo, sabían que no había suficientes balas para detenerlos a todos. De modo tal que se conformaron con confiscar los micros y camiones y, por lo tanto, obligarlos a hacer ese larguísimo trayecto a pie.
Desde ya que no era un día cualquiera. Era el día en que el general Juan Perón volvía a pisar suelo argentino después de 17 años de exilio. Dos generaciones de peronistas tenían al alcance de la mano un sueño que habían esperado tanto que casi ya no tenían esperanza de que se realizara alguna vez.
Después del frustrado Operativo Retorno de 1965, la mayoría creyó que Perón nunca podría retornar a su patria. Posiblemente el propio caudillo también pensó lo mismo. Sin embargo, las pintadas callejeras de “Perón Vuelve” siguieron apareciendo, con una fe inconmovible. Desde 1955, la autodenominada Revolución Libertadora había mantenido al país fuera de la institucionalidad democrática y al peronismo proscripto. Ser militante de la causa peronista durante esos años, era exponerse a ser torturado o asesinado por las fuerzas armadas o de seguridad. Fue un verdadero movimiento de resistencia que persistió durante la alternancia de dictaduras militares y gobiernos civiles condicionados. Sólo la acelerada descomposición del régimen surgido de la Revolución Argentina de 1966, por causa de esa misma resistencia popular, produjo la cadena de eventos políticos que obligaron al general Lanusse a iniciar negociaciones con Perón, en la certeza de que sólo él podía pacificar el polvorín en que la dictadura había convertido a la Argentina.
Durante los años del exilio circuló entre la militancia la leyenda del “Avión Negro”, una profecía transmitida de boca a oreja que rezaba que un día Juan Perón volvería a la patria en un avión de ese color. Era poco más que un deseo que muchos murieron sin ver cumplido. Es quizás por eso que ese día lluvioso, todos y todas caminaban cantando, atravesando la tormenta, seguros de estar protagonizando la historia. Volvía Perón. El pueblo había vuelto a ser el factor desequilibrante en la paralizada realidad política argentina.
No todo era alegría, por desgracia. El conductor iba a llegar a un aeropuerto controlado por las fuerzas armadas y el temor general era que terminara prisionero de la dictadura. Por eso, esa larga marcha era urgente: iban decididos a liberar a Perón, tal como sus padres y abuelos habían hecho en 1945. Sólo que ahora la discusión política era muy diferente y la reacción antiperonista había asesinado ya a demasiada gente como para pensar que todo se resolvería de manera pacífica.
La multitud finalmente encuentra que el aeropuerto está cercado y Perón, que ya había aterrizado, alojado en el Hotel Internacional, lo que hizo pensar que los peores temores se habían confirmado, aunque por la propia presión popular y por la misma dinámica política que dio como resultado ese primer retorno, la dictadura comprendió que no podía retener al líder. Al día siguiente, Perón sale de Ezeiza hacia la casa de Gaspar Campos, donde vivirá durante ese primer viaje de retorno.
El regreso de Perón fue el resultado de años de militancia y resistencia, de miles de vidas entregadas heróicamente por el sueño de esa patria justa, libre y soberana, demolida en 1955 y cuya utopía fue la razón de vivir de muchos argentinos. La mayoría de esos héroes permanecen anónimos. Igual que los cientos de miles que caminaron hacia Ezeiza ese viernes 17 de noviembre de 1972, decididos a liberar al General aún a costa de las propias vidas. Y justamente porque no sabemos sus nombres, los recordamos a todos y todas en esta fecha. Porque es una conmemoración de patriotismo, de amor y de lealtad.
Quizáz hoy, más que nunca, esas sean las virtudes que hace falta volver a poner en valor.
Como peronista y como intendente de Tigre, quiero honrar a los hombres y las mujeres de nuestro distrito que militaron y militan cada día por la causa del amor y la justicia, saludando su entrega por los demás, su constante servicio hacia el otro y su fe a toda prueba de que podemos ser, siempre, una sociedad mejor.
Página/12